domingo, 31 de mayo de 2009

31 de Mayo: Celebración de Pentecostés, la Iglesia Católica está de manteles largos.


Queridos Amigos:

Espero que os encontreís bendecidos, prosperados y en victoria. Os saludo con estas palabras porque hoy es un día de gozo y felicidad: Celebramos Pentecostés!!! Sí, 50 días después de la resurreción de Cristo, el Señor nos envía su espíritu para que habite en nosotros y nos acompañe en nuestra vida. Podemos familiarizarnos con esta celebración al haber asistido hoy a misa, ya que las lecturas Primera: Hc 2,1_11; Salmo 103; Segunda:1Co12,3b_7.12_13; Evangelio: Jn 20,19_23 nos explican acerca de este maravilloso momento. El Espíritu Santo es dador de vida, es Amor, es Amistad, es Paráclito sin su ayuda vana sería nuestra fe. Por eso vamos a hablar de El.


¿Quién es el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.

Recordemos que la Santísima Trinidad se define como "tres personas distintas y un sólo Dios verdadero. Por tanto, tener presente al Espíritu Divino es nuestras vidas, es señal de que estamos coniviendo inevitablemente con la Santísima Trinidad.


Señales del Espíritu Santo:


El viento, el fuego, la paloma. Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende fuego.El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.


Nombres del Espíritu Santo.


El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador.



Misión del Espíritu Santo:

El Espíritu Santo es santificador:

Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.

El Espíritu Santo mora en nosotros:

En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.

El Espíritu Santo ora en nosotros:

Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.

El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.


No hay nada mejor para le bien de nuestras almas que dejar entrar al espíritu de Dios, dado que son numerosas veces en las que tomamos desciciones y las llevamos a cabo sin estar seguros de si es lo correcto para Dios. Muchas veces las cosas no nos salen "como queríamos". Es necesario pedirle al Espíritu Santo que nos ilumine para que El actúe en nuestras vidas.


Veamos ahora de qué manera podemos rezar al espíritu de Amor, ya que él concede a quien pida con fe sus dones, por los cuales a través de ellos actúa en nuestras vidas. Es necesario ser vehemente a la hora de solicitarlos porque éstos nos ayudan a caminar y actuar de una forma más recta.


Los siete dones del Espíritu Santo:

Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.

SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.

ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios.

CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.

CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.

FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.

PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.

TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él.


Himno al Espíritu Santo


Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.

Ven, Padre de los pobres,ven dador de dones,luz de los corazones.

Ven, consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, alivio que conforta.

Descanso en el trabajo ,en el ardor tranquilidad, consuelo en nuestro llanto.

Que tu luz santísima ilumine lo más íntimo del corazón de tus fieles.

Sin tu gracia divina nada bueno hay en el hombre,nada que sea inocente.

Lava nuestras culpas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.

Ablanda lo que es duro, templa lo que es frío, corrige nuestros errores

Concede a los fieles que en ti confían,tus siete sagrados dones.

Premia nuestros esfuerzos, danos tu salvación,en la eterna alegría. Amén.



Amigos: Recordad que el Espíritu Santo siempre estará a nuestro lado listo para ser nuestro defnsor y salvador. Ojalá vivamos este Pentecostés con mucha alegría y compartamos esta alegría con las personas que nos rodean. Os quiero regalar algunos enlaces que complementan este artículo. Por ejemplo el artículo completo de donde saqué ¿Quién es el Espíritu Santo?, Su Misión y sus dones, lo podeís encontrar en http://www.es.catholic.net/celebraciones/120/3051/articulo.php?id=1270


Si quereís más oraciones al Espíritu Santo podeís visitar el sitio http://www.reinadelcielo.org/ , y para profundizar más sobre Pentecostés os recomiendo la página oficial del vaticano http://www.vatican.va/


Os quiere,

Penélope

Texto adaptado. Derechos reservados 2009

Pentecostés, fiesta grande para la Iglesia

Con el Espíritu Santo tenemos el espíritu de Jesús y entramos en el mundo del amor. Gracias al Espíritu Santo cada bautizado es transformado en lo más profundo de su corazón.


Pentecostés fue un día único en la historia humana. En la Creación del mundo, el Espíritu cubría las aguas, “trabajaba” para suscitar la vida. En la historia del hombre, el Espíritu preparaba y enviaba mensajeros, patriarcas, profetas, hombres justos, que indicaban el camino de la justicia, de la verdad, de la belleza, del bien. En la plenitud de los tiempos, el Espíritu descendió sobre la Virgen María, y el Verbo se hizo Hombre. En el inicio de su vida pública, el Espíritu se manifestó sobre Cristo en el Jordán, y nos indicó ya presente al Mesías. Ese Espíritu descendió sobre los creyentes la mañana de Pentecostés. Mientras estaban reunidos en oración, junto a la Madre de Jesús, la Promesa, el Abogado, el que Jesús prometió a sus discípulos en la Última Cena, irrumpió y se posó sobre cada uno de los discípulos en forma de lenguas de fuego (cf. Hch 2,1-13). Desde ese momento empieza a existir la Iglesia. Por eso es fiesta grande, es nuestro “cumpleaños”. Lo explicaba san Ireneo (siglo II) con estas hermosas palabras: “Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia, y el Espíritu es la verdad; alejarse de la Iglesia significa rechazar al Espíritu (...) excluirse de la vida” (Adversus haereses III,24,1). Con el Espíritu Santo tenemos el espíritu de Jesús y entramos en el mundo del amor. Gracias al Espíritu Santo cada bautizado es transformado en lo más profundo de su corazón, es enriquecido con una fuerza especial en el sacramento de la Confirmación, empieza a formar parte del mundo de Dios. Benedicto XVI explicaba cómo en Pentecostés ocurrió algo totalmente opuesto a lo que había sucedido en Babel (Gen 11,1-9). En aquel oscuro momento del pasado, el egoísmo humano buscó caminos para llegar al cielo y cayó en divisiones profundas, en anarquías y odios. El día de Pentecostés fue, precisamente, lo contrario. “El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, capacita a los corazones para comprender las lenguas de todos, porque reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. El Espíritu Santo es el Amor” (Benedicto XVI, homilía del 4 de junio de 2006). Por eso mismo Pentecostés es el día que confirma la vocación misionera de la Iglesia: los Apóstoles empiezan a predicar, a difundir la gran noticia, el Evangelio, que invita a la salvación a los hombres de todos los pueblos y de todas las épocas de la historia, desde el perdón de los pecados y desde la vida profunda de Dios en los corazones. Pentecostés es fiesta grande para la Iglesia. Y es una llamada a abrir los corazones ante las muchas inspiraciones y luces que el Espíritu Santo no deja de susurrar, de gritar. Porque es Dios, porque es Amor, nos enseña a perdonar, a amar, a difundir el amor. Podemos hacer nuestra la oración que compuso el Cardenal Jean Verdier (1864-1940) para pedir, sencillamente, luz y ayuda al Espíritu Santo en las mil situaciones de la vida ordinaria, o en aquellos momentos más especiales que podamos atravesar en nuestro caminar hacia el encuentro eterno con el Padre de las misericordias. “Oh Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo: Inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia santificación. Espíritu Santo, dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar. Amén” (Cardenal Verdier).



NOTICIA: Misa Solemne del Día de Pentecostés en Ciudad Vaticano, Roma


Preside en la Basílica vaticana la Eucaristía en la Solemnidad

El Papa en Pentecostés: el Espíritu del amor, antídoto a la contaminación del corazón
Violencia y pornografía corrompen alma y corazón, sobre todo de los jóvenes. La libertad queda condicionada. También hoy el hombre se auto-afirma como dios, posesionándose peligrosamente de las energías del cosmos y de sus enormes potencialidades. Un panorama necesitado de Pentecostés, de la acogida del Espíritu Santo que, como acaba de señalar Benedicto XVI, es el aire imprescindible de la vida espiritual, la energía que mueve el mundo y “el más fuerte”, porque donde entra el Espíritu de Dios, desaparece el temor.


En la Basílica de San Pedro, el Santo Padre, en la Santa Misa de la Solemnidad de Pentecostés, ha profundizado en una fiesta que se distingue por su importancia “porque en ella se realiza lo que Jesús había anunciado que era el objetivo de toda su misión en la tierra”; “el verdadero fuego, el Espíritu Santo, ha sido traído a la tierra por Cristo”, quien “se ha hecho mediador del ‘don de Dios’ obteniéndonoslo con el mayor acto de amor de la historia: su muerte en la cruz”.
“Lo que el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual; e igual que existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente y los seres vivos, existe una contaminación del corazón y del espíritu que mortifica y envenena la existencia espiritual”, alerta.
De hecho, la razón de la prioridad actual de la ecología es, precisamente, evitar el acostumbramiento al envenenamiento del aire. “Lo mismo se debería hacer con lo que corrompe el espíritu”, advierte el Papa.
En cambio parece que no hay dificultad para habituarse “a muchos productos contaminantes para la mente y el corazón que circulan en nuestra sociedad –por ejemplo imágenes que hace un espectáculo del placer, la violencia o el desprecio hacia el hombre o la mujer”, lamentó.
“Se dice que también que esto es libertad, sin reconocer que todo ello -denunció- contamina, intoxica el alma, sobre todo de las nuevas generaciones, y acaba por condicionar la libertad misma”.
El “viento impetuoso de Pentecostés” remite “a lo precioso que es respirar aire limpio, tanto con los pulmones –el aire físico- como con el corazón –el aire espiritual-, ¡el aire saludable del espíritu que es amor!”, exhortó.
De la analogía con el aire, Benedicto XVI pasó a la analogía con el fuego, apuntando un aspecto característico del hombre moderno que, “posesionándose de las energías del cosmos”, “hoy parece auto-afirmarse como dios y querer transformar el mundo excluyendo, dejando de lado o incluso rechazando al Creador del universo”.
“En las manos de un hombre así”, tal energía “y sus enormes potencialidades se hacen peligrosas: pueden volverse contra la vida y la humanidad misma, como desgraciadamente lamenta la historia”, subrayó, recordando como advertencia las tragedias de Hiroshima y Nagasaki y la muerte “en proporciones inauditas” que sembró la energía atómica empleada con fines bélicos.
La Solemnidad de Pentecostés se centra en Jesucristo, que ha traído a la tierra “el Espíritu Santo, el amor de Dios que renueva la faz de la tierra purificándola del mal y liberándola del dominio de la muerte”, recalcó el Santo Padre.
“Dios quiere seguir donando este ‘fuego’” del Espíritu Santo “a cada generación humana” –proclamó Benedicto XVI-, “y naturalmente es libre de hacerlo como y cuando quiera”; pero existe una “vía normal”: “Jesús, su Hijo Unigénito encarnado, muerto y resucitado”, que “ha constituido la Iglesia como su Cuerpo místico para que prolongue su misión en la historia”.
¿Cómo debe ser la comunidad, cada uno de nosotros para recibir el don del Espíritu Santo? El Papa respondió a este interrogante reviviendo la experiencia en el Cenáculo, donde los discípulos “perseveraban todos unidos en la oración”; “así que la concordia [la unidad. Ndt] de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu Santo; y presupuesto de la concordia es la oración”.
Se trata de que Pentecostés “no se reduzca a un simple rito o a una sugestiva conmemoración, sino que sea un evento actual de salvación”. Para ello el Santo Padre indica la necesaria espera del don de Dios “mediante una escucha humilde y silenciosa de Su Palabra”.
Y “para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario –sin quitar nada a la libertad de Dios- que la Iglesia se ‘afane’ menos en las actividades y se dedique más a la oración”, sugirió.
El Espíritu Santo, “el más fuerte”, “donde entra expulsa el miedo –confirmó el Papa-; nos permite conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: pase lo que pase, su amor infinito no nos abandona”.
Demostración de ello “es el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el intrépido impulso de los misioneros, la franqueza delos predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños”. Asimismo lo demuestra “la existencia misma de la Iglesia, que, a pesar de sus límites y las culpas de los hombres, sigue atravesando el océano dela historia, empujada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificante y purificador”.
Es “la fe y la esperanza con la que repetimos hoy, por intercesión de María: ‘¡Envía tu Espíritu, Señor, para renovar la tierra!’”, concluyó.
Para la liturgia de este domingo de Pentecostés se eligió la Harmoniemesse, la última “Misa” que compuso Joseph Haydn –en el bicentenario de su muerte-. En la basílica vaticana resonó su Kyrie, Gloria, Sanctus y Agnus Dei, gracias a la interpretación de la Orquesta de cámara de Colonia y del Coro de la Catedral de la misma ciudad, bajo la batuta de Helmut Müller-Brühl. La música y el canto del resto de la celebración se encomendó a la Capilla Musical Pontifica –con una selección de canto gregoriano y de composiciones de Domenico Bartolucci- y al maestro director Giuseppe Liberto.


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